Si en artículos anteriores hemos querido hacer un guiño a las Fallas, festejo que, de nuevo, no hemos podido disfrutar; en esta ocasión queremos destacar otro de los ritos de nuestro calendario festivo, que también hemos echado de menos: Las Pascuas. Una celebración que, aunque ha ido variando con el tiempo, mantiene unos rituales únicos, de diferente naturaleza, que se viven de forma más o menos devota, pero que siempre emanan cordialidad.
El ciclo pascual, será uno de las principales fases temporales que forman esa agenda ritual anual, que comenzaría con la Cuaresma en febrero, tras el Martes de Carnaval, y culminaría con la Pascua en marzo. El “Miércoles de ceniza”,[] sería el primer día de la Cuaresma, cuarenta días antes del Domingo de Resurrección (primer domingo de luna llena de primavera), que marca el final de la Semana Santa. Es un día santo cristiano de oración, ayuno y arrepentimiento, en el que se desarrolla el rito de imposición al fiel de la ceniza (símbolo de duelo) que se obtiene de la incineración de los Ramos del año litúrgico anterior.
En este periodo penitencial y de recogimiento siguen las misas, procesiones y los ejercicios piadosos en el calvario de la ermita, aunque ya no se ayuna, como ocurría hace siglos; también cada vez son menos los que siguen la prescripción de no comer carne el Viernes Santo, algo de lo que antes se salvaban sólo los que pagaban las correspondientes indulgencias.
En este ciclo, ya no se hacen representaciones, ni los niños recorren el pueblo con carracas en el Toque de Gloria el Sábado Santo; ni el cura se desplaza con los acólitos para bendecir las casas y cambiar huevos y sal bendecidos (Bendición Pascual). Pero se mantienen laudes, vigilias, misas y procesiones como la del Domingo de Ramos, la del Silencio, la del Santo Entierro o la popularísima del Encuentre, la entrañable Mañanica de Pascua. Ya no hay “Clavaría de la Virgen de los Dolores”, que participaba en la Semana santa, procesionando el Día de Dolores y el Viernes Santo; y que participaba en el montaje de los altares y la Cruz de mayo; aunque sí hay “Camareras de la Virgen”.
Así mismo, el Domingo de Resurrección, ya no se desarrolla gran parte del teatro devoto como las dos “Carchofas” de donde salía una niña vestida de ángel para recitar versos a la Virgen, o los “Gigantes y cabezudos”, o los “pastorcicos” que danzaban con arcos de flores, entre otros; pero se mantienen la “Enramá” o los arcos florales, y se baja en andas a la Virgen del Castillo para que se encuentre con Jesús (aunque ahora ya no la llevan los soldados de quinta ni los chiquillos que habían comulgado van cogidos a las cintas de colores que colgaban del anda). Después da comienzo la “Mascletá” (antes “Engraellat”), tras el tradicional rito purificador de “Correr la traca”, antaño muy extendido por toda la región y que hoy solo pervive en escasos lugares, como podemos ver en el artículo de esta semana del Centro de Estudios Chivanos (CECH).
Por otra parte, hay que reseñar que, debido a las mejoras económicas, los niños ya no estrenan ropa exclusivamente ese día, como ocurría hace unas décadas; aunque se sigue manteniendo la costumbre de lucir las mejores prendas. También, por ser día de Fiesta Mayor, se sigue manteniendo, en muchas casas, la costumbre de comer puchero con pelotas. Además, se mantiene la Feria en la “Carreterica Cheste”, aunque ya no hay barcas en la balsa de la plaza, ni puestos de turrón, almendras garrapiñadas y dulces, con sus toldos de tela blancos, en el Paseo de la Argentina. Tampoco vienen gentes de toda la comarca, como hasta hace unos años, cuando acudían, en masa y festivamente, sobre todo los vecinos de Cheste.
Ya no hay acordeonistas, ni carros, ni se estrenan zapatillas y mandiles, los tres días tradicionales de Pascua, pero aún pervive la fiesta campestre al aire libre, en contacto con una naturaleza primaveral, también resucitada; y por la noche las “cuadrillicas” se reúnen para cenar, aunque ya no hay baile en la Mutua. Además ya no van las madres a los hornos a elaborar esa mona de madalenas, tortas cristinas, almendrados, empanadillas de “moneato”, etc.; y la otra mona de pan quemado y huevo duro que se “esclafaba” en la frente, se ha sustituido por esa otra importada que lleva el huevo de chocolate incluido. Así mismo, a volar el “cacherulo” se va hacia los mismos sitios (caminos de los vecinos Godelleta, Buñol y Cheste), aunque pocos salen ya de los límites del pueblo y cantan la “Tarara”; incluso el tercer día, como ya no es festivo, apenas se acerca nadie a Cheste, donde antaño nuestros vecinos salían a recibir fraternal y entrañablemente los carros sobre los cuales iba el acordeonista.
Así mismo, los festejos ya no se alargan hasta el lunes siguiente con la festividad de San Vicente Ferrer (donde antiguamente se concentraban otros tres días festivos), cuando se celebraba misa y procesión, con el cura y las autoridades bajo palio, en la que se daba la comunión a los enfermos y a los penados en la cárcel del “albaricoquero” (Comunión Pascual). No hay que olvidar que el comulgar una vez al año, por Pascua Florida, era uno de los mandamientos de la Iglesia, como confesarse, como hemos visto, por lo menos una vez al año, por Cuaresma o antes “si hay peligro de muerte”.
Precisamente esa amenaza, nos ha vuelto, por segundo año consecutivo, a dejar sin nuestra querida celebración. Esperemos que el año que viene volvamos a retomarla con más fervor, porque no hay mejor forma de recibir la primavera, cuando la naturaleza resucita.
JCM
Centro de Interpretación del Torico (CIT)