Si hace unos días publicábamos unos textos sobre la temática del Torico en la pintura de Mora Yuste, ahora queremos dedicar unas líneas a otro de nuestros grandes artistas; el que, sin duda, ha sido nuestro pintor más internacional: José Morea (1951-2020), que ha fallecido recientemente, en este año, en algunas cuestiones, nefasto. Un artista que fue figura clave en la renovación del lenguaje pictórico de finales de siglo pasado y que nunca ocultó su devoción hacia nuestro festejo, en sus más diversas vertientes, al que también dedicó algunos lienzos.
Además, precisamente, en el 2022, se cumplirán cincuenta años de su participación como clavario de San Roque. Y, desde luego, se le echará mucho de menos, por su creatividad y su carácter siempre cercano, cordial y vital.
Recordamos ahora, su última gran exposición, en 2018 (7 Siete Series, Viajes y Vidas de Morea) en el magnífico espacio de Arte Contemporáneo El Castell (ECA), de Riba-roja. Bueno, mejor dicho la penúltima, pues aún realizó otra en el MuVIM, que resultó premonitoria: Moreatón. En ella el autor representó irónicamente varias momias y árboles verticales con muchas aves en sus sinuosos ramajes, que incitaban a la reflexión previa a la preparación para el último viaje; como de aceptación del destino. Porque toda su obra parece reflejar ese tránsito existencial donde la vida juega voluptuosamente con la muerte, donde copulan Eros y Thanatos.
Pero volviendo a la retrospectiva de 2018, hay que reseñar que, sin duda, ahondaba en esa condición de nuestro artista de eterno viajero, de inagotable buscador, de perpetuo inconformista. En ella podemos ver la autenticidad de su pintura, como cada etapa pictórica se corresponde con un nuevo ciclo vital. Una obra de gran coherencia, siempre impregnada de ironía, de expresividad, de connotaciones simbólicas y que muestra su gran libertad para vivir y para pintar.
Allí tuvimos el privilegio de recorrer, acompañado por él, esas salas repletas de imágenes que nos remiten a diferentes tiempos y lugares, a diferentes vidas. Representaciones de instantes, de sensaciones que transgreden cualquier género. Figuras que, casi siempre, son vitales autorretratos, como los alegres Personajes en su contexto, que rezuman un alegre lenguaje “Pop” ochentero; pintados durante su estancia en la madrileña Casa Velázquez, como no, en la época de la “Movida”; o los cuadros delirantes, psicodélicos, de Barcelona. También nos embarcamos en el Viagio in Italia, a través de sus misteriosas figuras mitológicas, volcánicas; y por Egipto y sus sensuales seres metamórficos que son un canto al erotismo. Igualmente, vimos a las fálicas geishas de Japón o los bodegones exuberantes y las puertas del amor de Brasil; o esas aves paradisiacas que, como otros animales o plantas, siempre encontramos en el universo conceptual de este gran amante de la naturaleza.
Quizá solo echamos de menos esa serie especial, que pintó en Mallorca, inspirada en el Torico, y que vimos en la Casa de la Cultura, en 1985 (VI Semana Cultural); una colección innovadora, donde la materia cobra protagonismo, para moldear la esencia terrosa de su matria. Porque Chiva siempre fue el punto de regreso de este nómada indomable e incansable, el topoi eutópico, su particular Macondo, el lugar entrañable, donde tenía sus amigos, su familia, su hogar. En el catálogo de esta exposición en su pueblo, el crítico José Garnería destacaba como, desde la lejanía y el recuerdo, el autor llegaba a visionar al toro desde los más diversos puntos de vista, “sin olvidar aquello que pueda considerarse superfluo pero que en Chiva no lo es: la cuerda, las borlas y la ausencia de muerte, así como la presencia festiva, lo vivo”.
Si otros creadores prefieren bucear en sus entrañas, para buscar su más íntima esencia, sin moverse de un lugar; Pepe nunca dejó de perseguir lo natural, lo verdadero, por el círculo del espacio y del tiempo, ese que tan bien reflejó, como un elogio de la energía, en su Big bang. En su caótico peregrinar fue construyendo un universo metafísico, con miles de imágenes reflejadas en él. Y estamos seguros que su último viaje lo afrontó con la misma emoción que el primero, porque a él nunca le asustó lo desconocido, siempre acudió a su llamada, concibiéndolo como una nueva aventura, una nueva oportunidad; por eso el artista es el único ser que puede atrapar el tiempo para fundirse con él.
Ojalá sea uno de esos toros volcánicos que inmortalizó, quién le acompañe en su nuevo viaje, quizá más allá de la luna, quizá a otra dimensión. Ese animal sagrado, cosmóforo y psicopompo, símbolo de la pasión, de la fuerza, de la propagación vital, de la creación. Ese tótem que siempre lo mantendrá unido, con una cuerda infinita, a su casa, a nuestro pueblo.
JCM.
Centro de Interpretación del Torico.