Hace unas semanas, hablábamos en esta sección de las hogueras rituales que, desde tiempo inmemorial, se han prendido en muchos lugares del mundo, también de Europa, para celebrar los cambios de estación, la llegada de alguna festividad (fuego jubilar) o determinadas ceremonias de culto al fuego o solares de bendición, purificación y regeneración; como las relacionadas con el agua. En concreto hacíamos referencia a las “fallas” o “sagatos” locales y singulares, en honor a los Santos Medios, que este año no se han podido celebrar. Ahora, queremos dedicar unas líneas a otros festejos ígneos, que también han sido suspendidos, en nuestra región, por la actual crisis sanitaria: los de San José.
Efectivamente, algunos historiadores piensan que las Fallas son en realidad una costumbre muy antigua de Valencia, que se inició como simbólicos fuegos de primavera y evolucionó hasta los monumentos artísticos y satíricos que hoy se levantan. Entre las diferentes tesis que se manejan, también está la que los relaciona con esa vieja tradición europea de construir un monigote o pelele satírico representado a un personaje no grato y colgarlo en un poste, antes de tirarlo a una hoguera, a manera de rito de maldición o de justicia. Una costumbre que, ya con el cristianismo, se desarrollaría, en muchos lugares, el tercer día de Cuaresma o Sábado de Gloria. De hecho, parece que era muy típico, en la Valencia del siglo XIX, colgar estos monigotes grotescos en ventanas y balcones en Carnaval o el propio jueves de Cuaresma (o sea, cerca de San José).
Por otra parte, otra teoría, ligada a las anteriores, sostiene que las Fallas vienen de una antigua costumbre de los carpinteros que se celebraba la víspera de su patrón, San José (19 de marzo). Éstos sacaban, a la puerta, el candil (“parot”) que sostenía un palo, con el que alumbraban su taller (se saca el fuego, coincidiendo con el momento en que los días empiezan a alargar), ardiendo junto a unas virutas; de esta forma, a efectos prácticos, también aprovechaban este día festivo para acomodar el taller y hacer limpieza (algo similar a nuestros fuegos de los Santos Medios, que sirven, como celebración pero, al mismo tiempo, para hacer limpieza del campo, de las ramas de la poda, los “sarsales”, así como de otros utensilios desechables caseros).
Parece que, con el tiempo, se añadieron más trastos a la hoguera, e incluso se vistió con ropas al parot para que se pareciera a una persona a la que se quisiera criticar; una costumbre extendida, como hemos dicho y en la línea de la sátira valenciana que ha existido tradicionalmente, de diferentes formas, como vemos en las propias albaes. De esta manera, y siempre según esta hipótesis, apareció el primer ninot y al añadírsele, con el tiempo, más elementos, se conformarán pequeñas escenas burlescas.
Ésta, a pesar de ser una teoría muy difundida, no existe constancia documental que la certifique. Lo que sí se ha constatado es que la palabra valenciana “falla” deriva del latín “fácula”, que significa «antorcha» (el mismo origen etimológico que la palabra castellana “hacha”); esas que se encendían, desde antiguo, y volvemos al principio, en momentos de alegría o fiesta. Con este sentido se puede encontrar en algunos textos valencianos del siglo XIII y todavía hay lugares donde se mantiene esa terminología donde las fiestas se basan en estos objetos. Así mismo, parece que en el siglo XVI, esta palabra pasó a denominar al fuego que se hacía en el suelo como centro de una reunión o de una fiesta. También se llamaba así a las fogatas que se encendían, en días especiales, para iluminar esas celebraciones de cambios de estación o dedicadas a un santo, y las que servían para anunciar o celebrar una batalla ganada; o avisar de la llegada de invasores. De hecho, en cuanto a las dedicadas a los santos, hay que reseñar los casos de José, Antonio y Juan; también las de nuestros patrones, los santos Medios (Alejandro y Macario), igualmente conocidos, tradicionalmente, como “fallas”, como hemos insinuado.
Así mismo, está documentado el hecho de que se emplee el mismo nombre, desde el siglo XVIII, en diferentes localidades valencianas, para denominar la costumbre de quemar de esos “ninots”, “stots” o espantapajaros, que representan conductas o símbolos censurables para la comunidad, a los cuales se les podía añadir una cartela con la intención de censurar o criticar. Así, no parece extraño que cuando apareció en Valencia el catafalco satírico y artístico que se pone en la calle para quemarse en la víspera de San José (posteriormente se quemaría la noche de ese mismo día), tomara el nombre de falla.
En la Valencia del siglo XIX, todavía predominarán las simples hogueras, frente a las fallas satíricas, teatrales, con cadafal, escena y versos, a manera de sainete. Pero a finales de siglo, llegará su gran metamorfosis de la mano de la nueva clase social dominante: la burguesía. Ésta, en un principio desplegará una política represiva, con el fin de erradicar esta costumbre que atentaba contra la moral establecida, incrementado la censura contra estos sencillos monumentos, como hará con otras manifestaciones subversivas de la cultura popular. Pero, ya en la década de los noventa, visto que no podía ganar la batalla, cambiará de estrategia, como ha señalado el sociólogo Antoni Ariño.
Así desde Lo Rat Penat se crearán premios a los mejores monumentos, ejemplo que será seguido por otras asociaciones elitistas y por el mismo Ayuntamiento. De esta forma, con la competencia y el triunfo de los aspectos formales y los valores estéticos sobre la sátira y la improvisación, comenzaran las fallas modernas. Éstas ganarán en complejidad y monumentalidad y en ellas intervendrán diferentes profesionales y artistas creándose, incluso, una Comisión organizadora. Variará, pues, el repertorio temático, disminuyendo la crítica social y lo políticamente incorrecto y tomando cuerpo la exaltación de las glorias y valores burgueses. Además en los actos también triunfará el boato y lo espectacular: vistosos pasacalles con vestidos deslumbrantes que muestran (como en las Cabalgatas o en los Moros y Cristianos) el poder económico de los participantes, grandiosos espectáculos pirotécnicos, exhibiciones de música culta, e.t.c. Así, se transformará la secuencia ritual, se ampliará el programa de fiestas y las fallas adquirirán categoría de fiesta mayor.
Este es el modelo festivo que irá ganando popularidad, adquiriendo una gran proyección turística y se extenderá, desde principios del siglo XX y desde los barrios de la capital, a otras poblaciones, incluso más allá de nuestro país. En un próximo artículo veremos el desarrollo de esta festividad en nuestro pueblo, donde ha tenido, en diferentes épocas distinta relevancia. Seguro que nos esperan, tras esta introducción, algunas sorpresas…
JCM.
Centro de Interpretación del Torico (CIT).