El pasado mes de octubre, Sergio Carrión destacaba en su artículo Un juego de niños la fotografía del primero de los paneles expositivos del Centro de interpretación del Tórico (CIT). En esta instantánea de principios del pasado siglo se aprecia tres chiquillos, los hermanos Manuel, Rafael y Vicente Mañez Martínez (¨Pulgas”), jugando al Torico de la cuerda con un toro de juguete de considerables dimensiones, de los que se hacían en Denia en esa época (entre los años veinte a sesenta), regalo del padrino del primero. Esta imagen es ideal para vestir dignamente este panel cuyo texto destaca nuestro festejo, entre otras cosas, como gran acontecimiento cultural, social o por su gran valor etnográfico y antropológico. Un ceremonial que ha influido, decisivamente, en nuestra idiosincrasia de forma trascendental, incluso en los propios juegos de los niños, como aquí podemos comprobar.
Sergio, alude al sueño de los pequeños chivanos por llevar el toro por las calles de la población como un acto de valor, imitando a los mayores; por participar en un festejo que, como se subraya en ese panel, mantiene viva una secuencia ritual atávica que apenas ha variado a lo largo de los siglos; que se ha convertido en nuestra principal riqueza patrimonial. Es, sin duda, como se resalta, nuestra principal seña de identidad, nuestra mejor herencia.
Es evidente que el chivano lleva el Torico en las venas y esa pasión por participar en el festejo, la podemos ver también, reflejada en otra instantánea del fotógrafo chivano Francisco Giméno, en el año 1951, que nos llega a través de Pilar Margós. Esta hecha frente la puerta de la tienda de “Ricardico” y del horno de “Gaudisa” (una calle dedicada, desde hace unos años, a Enrique Ponce). Esta vez los niños viven otro momento de nuestro “toro de vida”, de nuestro festejo de cortejo: las Grupas. Una ceremonia tradicional, parece que emparentada, íntimamente, con las Consualias romanas, que se desarrolla los días posteriores a las carreras. En ellas las mozas, vestidas con sus mantones de Manila (esas jóvenes a las que se ha llevado la cuerda y se les ha brindado el toro, a las que se han cantado rondas y dedicado bailes en las verbenas y victorias en los juegos de fuerza y habilidad de las Cucañas), se pasean por las calles enramadas, purificadas, al son de la banda de la música y a lomos del caballo o del carro engalanado de su pretendiente, antes de las entradas de vacas, en otro recorrido lustral, como el de la carrera del Torico.
En esta ocasión sobre la carreta de Vicente Valiente, podemos ver, ataviadas con sus mantones, además de a la propia Pilar, a otras niñas, también muy conocidas y reconocibles. La mayoría de ellas formaban parte de la misma “cuadrillica” y algunas, además, eran vecinas de la calle antes aludida. Así, podemos enumerar a las hermanas Finita y Pilar Tarín (hijas de Bonifacio, propietario del Molino de la plaza), a Anita Tarín (cuyo padre, regentaba otro negocio similar: una de las almazaras de la población, concretamente, la que existía en la Calle de los Sastres) y a Natividad Rodrigo (esposa de Fabián Tarín, uno de los fundadores de la Asociación Peña Taurina El Torico; además de ser abuela, entre otros, del deportista de élite: Rodrigo Tarín). También a las hermanas Guadalupe y Enriqueta Martínez, hijas del tío Leandro (antiguo torero y, curiosamente, otro de los fundadores de la “Peña”) que, entonces, tenía la barbería, en esa misma vía, que conecta la plaza de la iglesia con la de la Constitución (en esos años, del Caudillo). Por cierto, como, todo el mundo sabe, ambas son madres, de dos destacados personajes, también, relacionados con nuestro festejo. Por una parte, la primera de las hermanas, del reconocido músico: Manuel Morales, que ha dedicado alguna de sus composiciones a esta fiesta. La segunda, de la gran figura del toreo, antes citado, “hijo predilecto” de la Villa.
Pero, además, también aparece subido al carro el hermano de éstas: Leandro y otro zagal que, también, fue muy popular en el pueblo: Fernando Mora, ya que trabajó durante muchos años en la tienda que fundaron sus padres en el antiguo rincón que va parar a la calle en la que se desarrolla la escena. Un cantón que, ahora, lleva el nombre de su hermano mayor, el pintor local Manuel Mora Yuste, también “hijo predilecto” (desde hace algunos años, ya no es una rinconera pues la escueta calzada, cortada por el barranco, se prolongó hasta la otra parte de éste, a través de un puente de madera, conectándolo con la calle Buñol).
Podíamos y, a lo mejor, lo hacemos en otra ocasión, dar más datos de los personajes que aparecen en la fotografía. Tampoco hemos dicho donde está situado cada uno de los menores mencionados, así, podéis jugar a adivinar quién es quién; porque este artículo versa sobre el juego, sobre ese juego del que todos los zagales del terreno quieren formar parte: el del Torico. Porque es el acontecimiento festivo más esperado, el más querido; porque no ha sido históricamente solo un rito de fertilidad y conmemoración dentro del antiguo calendario agrícola, un ritual de paso de valor y afecto, una antigua ceremonia de amor y reencuentro; nuestro atávico festejo, ha sido y es, también, un trascendental juego, un juego entrañable, … lo llevamos en las entrañas.
JCM
Centro de Interpretación del Torico (CIT)