Como hemos destacado en el artículo de esta semana del blog del Centro de Estudios Chivanos (CECH), en el libro de Jurados que recoge las actas de los consejos desde el año 1648 a 1662, aparecen diferentes resoluciones aluden a la zona de pastos comunales o bovalar (la “Redonda”) en nuestro municipio, a su uso y el tipo de ganado que en ella pasta.
Estas noticias, evidencian, entre otras cosas, la existencia de ganado cerril, que es el que siempre se utilizó para esas fiestas de agosto o “de los mozos” que se mencionan en este legajo trascendental. Por cierto, de la misma forma con que se denomina en el libro de fábrica de la iglesia de 1765 en el que se describe como los clavarios regalan un toro a la junta para colaborar en la construcción del nuevo templo parroquial. Así, por ejemplo, en septiembre de 1648, el Consejo acuerda “que salga el ganado cerril de la Redonda”: En dicho día se determinó que el ganado vacuno cerril lo saquen de la redonda y le pongan guarda y los de labor no puedan estar en la huerta sino labrando en ella y por cuanto gozan de la redonda hayan de pagar todos los daños que se hiciesen en ella”.
Por otra parte, en marzo de 1651, el Consejo particular decide “que haya dula de los bueyes y que los que fueran cerriles los echen fueras de la redonda y los de labor los traigan todas las noches al corral en pena de diez sueldos”.
También, en abril de 1654, se desarrolla un Consejo general para tratar y acordar que hay juramentados y que se eche el vacuno del término. Asiste gobernador de la Villa Marcelino Tarín, y licencia de Lorenzo Matheu y Sanz, procurador general del Marqués. Se decide “que se quede el vacuno en el lugar pero que nadie pueda tener más que un par de bueyes o vacas de labor y no cerriles, pena de tres libras y que no puedan llevar las crías por la huerta o por el término o la dicha pena, y que siempre que hubieran daños ….”.
Parece claro que, desde hace siglos, pastan en nuestros montes, en nuestras grandes dehesas, como la de Briguela, Ferrajón o Marjana, estos toros bravíos y resistentes que se emplearon para nuestros festejos más entrañables y que alcanzaron en algunos casos fama por su fiereza, más allá de nuestra región, como hemos visto en otros artículos. Esos simbólicos astados que siempre se cuidaron respetaron y veneraron, que han bajado tradicionalmente al pueblo recién “emblanquinado”, en agosto, para rondarlo en un recorrido genésico y preñar sus casas y sus campos. Esos toros “de vida”que, en su recorrido expiatorio y circular, como el mágico rollo de San Roque, han purificado las calles enramadas, propiciando el atávico rito de cosecha, de paso, de galanteo, de renovación y reencuentro.
JCM
Centro de Interpretación del Torico.