Comienza cuando a la grupa
azul de la madrugada
cabalgan las campanillas
resplandecientes del alba.
Todo es silencio a esa hora
virginal de la mañana
en que la vida se inunda
con resplandores de nácar.
El aroma de la huerta,
manojo de mil fragancias
es pregón de manso deje
que hasta el cielo se levanta
buscando fundir su aliento
con el de la mar cercana.
No existe rumor ni trino,
ni se estremece una rama,
y apagado es el bullir
de las cantarinas aguas.
El firmamento un espejo
pulido de fina plata,
se extiende como un pañuelo
sobre la villa, que aguarda,
con el corazón alerta
y un vago temblor del alma,
los primeros resplandores
de un sol que en sus oros traiga
presagios de sangre ardiente
a sus calles encaladas.
Pero aunque todo es reposo,
aunque ni copla o guitarra,
murmullo, risa, suspiro,
verso, trino, voz airada
quebrante el maleficio
en que la espera se inflama,
hay unos ojos que acechan,
un pulso que se dispara
y un ímpetu que no logran
frenar tras de sus ventanas
los que a cada instante esperan
la explosión de la carcasa
anunciadora de algo
que les muerde y atenaza.
¡Ay, el cohete que sube
a quemar su luminaria
entre arreboles dorados
y tules de madrugada!
A su estampido despiertan
las emociones calladas;
los pajarillos canoros;
los árboles y las aguas;
los sueños de amor ignoto;
la bravura insospechada;
un cantar que salta y vuela
desde el castillo a la Plaza
y un anhelo de peligro
que lentamente emborracha.
Y sin sospecharlo apenas,
sin imaginarse nada,
visten de luces los hombres,
de manolas las muchachas;
ellos la cintura fina,
con su faja colorada;
ellas las mejillas tintas
en abeboles de grana.
Y así comienza una fiesta,
tan española y tan brava,
que, con vino de sus vides,
y la sangre colorada
de un toro de lidia, borda
la bandera rojo y gualda.
Al principio es un clamor
que resuena en la distancia;
luego la chiquillada
que precede a los que avanzan.
Después vienen las mujeres
a las que el peligro llama
quizá por que son sus hombres
los que ante la fiera pasan.
Hasta que aparecen ellos,
sudorosos, frentes altas,
con los pechos abombados
corriendo a paso de marcha;
con la sonrisa en los labios,
mientras puntean las astas
del toro, los flecos sueltos,
juguetones de sus fajas.
De pronto la cuerda toma
un hombre entre sus manazas
y se detiene gritando:
¡vente, toro, a esta ventana!
¡frena porque sí te vea
de cerca la que me abrasa
con el ascua de su boca
y el fuego de su mirada!
Y la fiera se detiene,
por sus ijares resbala
sudor de espuma, y se opone
a que dobleguen su casta.
Pero el mozo no se arredra,
arriba está la que ama,
a codos sobre el alfeizar
florido de su ventana,
orgullosa, postinera,
diciéndole sin palabras
cuanto admira la majeza
de la que él hace gala.
Y a cuerpo limpio, sin miedo,
hasta el toro se adelanta
y, jugándose la vida,
lleva la fiera más brava
su corazón por capote
ante la mujer más guapa.
Ella sonríe triunfante
porque se sabe envidiada;
el tiende la cuerda a otro
que irá en pos de otra mirada
a través de las callejas
de la villa, mientras pasa,
ante los muros lechosos,
impolutos de las casas,
al clamor de muerte alegre
que bulle sobre las astas;
pero nadie ante el peligro
se detiene ni se espanta.
Puede que al llegar la noche
debajo de una ventana,
como recuerdo bravío
haya un rosa encarnada.
Mas el comentario entonces
de la gente, al contemplarla,
es breve, pues se refiere
a un mozo que, a la más guapa
llevó la fiera tan sólo
con su corazón por capa.
Y así termina la fiesta
que, por española y brava,
con el vino de sus vides
y la sangre colorada
de un toro de lidia,
borda la bandera de la patria.
Comienza cuando a la grupa
azul de la madrugada
cabalgan las campanillas
resplandecientes del alba,
y termina cuando atruena
el espacio otra carcasa
y, en la noche, bajo el manto
de una luna plateada,
un olor intenso, a toro,
en las calles emborracha.
FIESTA DEL TORICO EN CHIVA (fragmento)
En su libro Esquinas albas y otros relatos, publicado en 2010, nuestro vecino Fabián Tarín nos habla de la llegada a la villa, allá por los años cincuenta, de un personaje misterioso, taciturno y noctámbulo, de una gran cultura, que se convirtió en el centro de las tertulias tabernarias: “Su conversación, sus diálogos, o más bien soliloquios, eran fluidos y en cierto modo enriquecedores, aun cuando resultaban inquietantes por la disparidad que guardaban respecto a lo que en aquel tiempo se nos enseñaba, pues los idearios y conceptos a los que entonces había que someterse eran intangibles. A lo largo de numerosas noches, poco a poco y de una forma sutil en la que se traslucía su escepticismo, sus ideas progresistas, y una cierta tendencia iconoclasta, intentaba inculcarnos el sentido de la libertad intelectual, el derecho que teníamos a formar nuestras propias opiniones y a rechazar rotundamente la aceptación, de manera sumisa he incuestionable, los dictámenes de los demás por respetables que fueran; debíamos tener en cuenta que el papanatismo suele contagiarse. Estas reflexiones que hoy son obvias, en aquellas fechas resultaban tan atrevidas como inquietantes, sorprendiendo a unos y escandalizando a otros”.
Nos desvela también Fabián que el forastero “sin nombre” se dedicaba a escribir novelas de guerra para subsistir y que, pese a su rechazo a las fiestas taurinas, hasta el punto de rendir “pleitesía” a la mismísima reina Isabel de Castilla “por cuanto esa reina era antitaurina declarada”, sentía una fascinación notable por nuestras fiestas del Torico, en las que encontraba “vestigios de antiquísimas tradiciones”; indicando que estaba escribiendo una glosa poética sobre ellas. En el mismo apartado transcribe un romance de título Fiesta del Torico en Chiva que el novelista recitó en la fuente de la plaza, “emocionado” y que aquí viene firmado por un tal “Álvarez”. Tarín acaba el artículo describiendo como este señor “marchó repentinamente del pueblo. Su partida fue tan discreta como su llegada. Nunca dijo de su procedencia ni se supo a dónde pudo ir”…
Curiosamente, un año antes, Armonía Latorre Muñoz, había transferido a la Asociación Cultural Átame un extracto de esa misma poesía (que reproducimos en el apartado anterior) que venía datado (1953) y firmado, esta vez, de forma diferente: “Alberto A. Cienfuegos”. Inmediatamente comenzamos a investigar quién podía ser ese tal Alberto de apellido tan poco usual que, como otros artistas o científicos (Vergara, Bastiaans, Willckom,…), había elegido nuestro pueblo para residir.
Así pues, si en su momento dedujimos que este personaje podía ser el escritor, periodista, poeta y dramaturgo granadino Alberto Álvarez de Cienfuegos Cobos (Martos, 15 de agosto de 1885 – Puertollano, 18 de noviembre de 1957), la hipótesis se vio reforzada, un año después, por la lectura de otros poemas del autor que además aparecen rubricados de igual manera al que brinda a nuestro festejo, como por ejemplo Granadinas, que dedicó a su amigo el famoso “cantaor” payo “Frasquito Yerbabuena”, publicado en la revista La Esfera el 03 de abril de 1926.
Alberto creció en su ciudad en un ambiente ilustrado; era hijo de un catedrático de alemán emparentado con el afamado poeta del XVIII Nicasio Álvarez de Cienfuegos y su abuelo materno, Francisco Javier Cobos Rodríguez, fue uno de los fundadores, junto a Pedro Antonio de Alarcón, de la célebre tertulia y grupo intelectual de la Cuerda Granadina y creador del periódico El Progreso. Cursó estudios en el colegio de los escolapios y, posteriormente, Ciencias y Derecho en la Universidad de Granada, donde coincide con su gran amigo, el humanista Blas Infante, nombrado por el Congreso de los Diputados “Padre de la Patria Andaluza”. En esta época universitaria empieza a cultivar intensamente su actividad literaria con colaboraciones poéticas en revistas como Alhambra, dirigida por Paula Valladar.
Sus preferencias literarias se inclinan hacia el ya consolidado modernismo, del que llegará a ser uno de los autores españoles más representativos. En un principio, tendrá como referencia a otro de sus amigos, el reconocido poeta y dramaturgo Francisco Villaespesa, al que dedica su primer libro: Andantes (1910), su obra más conocida.
Destacará en su poesía culta la musicalidad del verso, el refinamiento, el sensualismo, la insinuación, la espiritualidad o su tono doliente, de romántica desazón, de pesimismo melancólico, propio de una época convulsa en lo social, de incertidumbre existencial. Tras este primer libro, la obra del granadino adquirirá un tono más regionalista, de canto a su tierra, como podemos ver en otros títulos.
Pero además de la poesía, Álvarez de Cienfuegos cultivó también el teatro, estrenando varios dramas con gran éxito, entre ellos una versión de la conocida leyenda sobre el Palacio de Castril, titulada Esperándola del cielo (1920), que llevó a escena en Granada la compañía de Ricardo Calvo, uno de los actores más conocidos de la época. Al mismo tiempo, colaboró en revistas de distinto ámbito, como: Granada, Reflejos, La Esfera y Blanco y Negro; y en otras publicaciones como El noticiero granadino, curiosamente, una de sus críticas musicales en este diario, será decisiva para que Andrés Segovia decida dedicarse profesionalmente a la guitarra. En El defensor de Granada coincidió con su hermano Valentín, amigos ambos de Constantino Ruiz Carrero (director del diario) y Federico García Lorca. Precisamente éste último publicará su primer poema en otro de los periódicos en los que también participa nuestro autor: Renovación, fundado por Antonio Gallego y Burín. Además, junto a él, intervendrá en recitales de poesías como el que desarrollan en el homenaje que dedica, en 1919, el Centro Artístico de Granada, a Fernando de los Ríos, en el Generalife.
La Guerra Civil le sorprenderá en Madrid, donde permanece hasta el final de la contienda. De talante progresista, parece ser que se negó, tras ser requerido, a colaborar con la dictadura militar y aunque no se había significado políticamente en sus escritos, fue represaliado, siendo su obra condenada al olvido. Pese a que ha sido rescatado recientemente en algunas semblanzas de autores andaluces, sus obras siguen esperando una justa y necesaria reedición y recuperación.
Sabemos que gran parte de la vida del escritor transcurre entre Madrid y Granada, y que los últimos años de su vida vivió con su hija Carmen, en Puertollano. Entonces nos preguntamos: ¿qué hacía Cienfuegos residiendo en Chiva?, ¿qué le trajo hasta aquí? ¿Sería una posible amistad con nuestro paisano y expresidente de la Diputación de Valencia Lorenzo Latorre, con quién podía compartir un amigo común: Fernando de los Ríos?…
Sin embargo, en este punto, optamos por una segunda hipótesis, que el autor de la bella poesía dedicada al Torico fuera su hijo mayor, también de nombre “Alberto” (Álvarez de Cienfuegos Torres -1909-1988-), que siguió sus pasos literarios, especializándose en novela policíaca (como el personaje que describe Fabián). Además, éste tendría una edad más acorde con ese misterioso individuo e incluso, existe la posibilidad de que podría haber sido amigo de nuestro afamado escritor Jesús Navarro Carrión-Cervera (que residía en Madrid, pero tenía casa familiar en Chiva), al que dedicamos un artículo desde el CECH (que recomendamos) y que también estuvo especializado en literatura del mismo género “Pulp”.
Quizá.
JCM
Centro de Interpretación del Torico (CIT)