En anteriores ocasiones, hemos destacado algunos elementos de la indumentaria que lucen los clavarios de San Roque y las clavarias de la Virgen de la Asunción, esos grupos de jóvenes que son parte indispensable en nuestro rito de cortejo, de fecundidad, de vida. Así, hemos visto complementos como los singulares garrotes y abanicos o el mantón de Manila, por ejemplo.
Ahora nos queremos centrar en otras dos piezas fundamentales por su simbolismo y de las que tenemos buenos ejemplos en el Centro de Interpretación del Torico (CIT), ese trascendental espacio para la memoria, al que volvemos a invitarles a visitar.
Empezaremos por la borla, ese elemento artesanal que adorna la corona del tótem, la badana, que es trenzado por el guanicionero. Antiguamente colgaban de ese aparejo protector tantas como clavarios habían. Éstos, las arrancaban en carrera para entregarlas a su clavaria, en señal de afecto, como ofrenda. De ahí que ellas la luzcan en su pecho durante los actos previos a las carreras, como en la Fiesta de la borla. Además, en este acto, los padres también regalan unas borlas más modestas, también de lanas de colores, pero más pequeñas y sin espejuelos, ni cascabeles, que sería, además de una demostración de cariño, una forma de legar una tradición, un saber, de acercar el rito a esos niños que, en un futuro, conducirán al animal a casa de su novia, en un crucial rito de paso, de transición biográfica; pero también de amor. O de esas niñas que las mostrarán con orgullo, como un emblema de amistad.
En el CIT, podemos ver algunos de esos adornos que embellecen la badana, pudiendo ver su evolución durante el pasado siglo. Antes, parece que pudieron ser de cuero, como la propia guarnición que protege la testuz del astado. Así, en una de las vitrinas se conserva la borla de Pilar Herráez Alcañiz, de 1936 (aunque por la guerra se usó en 1943), de un tamaño más pequeño que las actuales y diferente forma, confeccionada, ya, por la familia de Leopoldo López, el “Correcher”. Del mismo guarnicionero podemos ver otra, de los años cuarenta, cedida por la familia Tarín Fenech, otra de Pilar Gimeno (1964), otra de Ricardo Fenech (1972) y dos de la familia Mora Corachán (Archivo Mora Yuste), también de los años setenta-ochenta. Además, también se exhiben dos de Pablo Barbero, discípulo de López, ambas de 2017.
Pasando a los pañuelos, hay que reseñar que también poseen un simbolismo especial y análogo al anterior. Éstos eran bordados por la clavaria a su clavario y por eso, será este quién la luzca en su cintura. Además, este tejido se utilizaba para guardar el dinero que los clavarios recogían durante las carreras de torico para sufragar los gastos de la fiesta. Les acompañaba un listero, persona encargada de apuntar las cantidades recogidas para evitar posibles hurtos, además de llevar la contabilidad de lo ingresado. De hecho, ya en los gremios medievales, el clavario era el encargado de portar las claves, las llaves; de llevar las cuentas, de organizar. En el caso de nuestro pueblo, además, en esta función se ayudaba de otro elemento de su indumentaria: el garrote, como vimos en artículos anteriores. Un bastón de mando, para esta guardia pretoriana del torico, muy útil a la hora de proteger al animal y de dirigir la fiesta.
Pero, volviendo al pañuelo, hay que reseñar que, además de pañuelos tradicionales de Chiva y otros pueblos, o conmemorativos, el CIT, atesora estos lienzos de clavario eficaces para recaudar o para secar el sudor; pero también atributos imprescindibles, cargados de significación. Entre ellos, podemos destacar el de Remigio Bernat Saus, de 1959, el de R.T. de 1947, el de Ricardo Fenech, de 1972 o el de David Soldevila, de 1985. Unos bienes muy preciados que nuestros paisanos han cedido temporalmente al centro, como otras piezas entrañables, para que puedan disfrutarlas todo el mundo. Porque el CIT es parte de nuetro patrimonio, lo forman retales de memoria de cada familia; como nuestro rito solidario, está hecho por el pueblo y para el pueblo.
JCM
Centro de Interpretación del Torico (CIT)