Antes de volver al repaso de los actos en los que interviene la música en nuestros festejos del Torico, queremos hacer una nueva parada, ya que, en las fechas que estamos, no podemos dejar de hablar de lo que ha sido una de las fiestas más antiguas y populares de la población: la de San Juan. Como vemos en el artículo de esta semana del facebook de la Asociación Centro de Estudios Chivanos (que complementa éste), los primeros escritos que conservamos, sobre estos festejos (también sobre otras festividades locales, como las de agosto), son los decretos que aparecen en el libro de jurados que contiene las actas de los Consejos municipales desde el año 1648 a 1662.
Sabemos que en sociedades agrarias, como ha sido la nuestra, las fiestas y los remotos ceremoniales litúrgicos se estructuraran, desde época preindustrial, en función del ciclo agrario, que sigue los ritmos incesantes de las estaciones climáticas. Así, a lo largo del año, el curso ritual se dividirá en tres etapas que se corresponderán con el ritmo de la cosecha: la bendición de campos y animales, que comenzaría después de Navidad y culminaría a principios de mayo; en segundo lugar, las prácticas de conjura o rogatorias, hasta el momento de recolección; y, por último, el momento de la cosecha, con rituales de acción de gracias. La mayoría de estos acontecimientos festivos anuales tendrán, pues, un carácter religioso; son ceremonias cristianas, aunque a muchas de ellas subyace otra anterior celebración pagana modificada en sus signos y su acepción. Así, actuarán como intermediarios en esta estructurada secuencia ritual, diferentes personajes sagrados que asegurarán la salud de los campos y las cosechas. En concreto en Chiva, adquirirán protagonismos protectores como San Antonio Abad, San Roque, Abdón y Senén (los “santos de la piedra”), San Alejandro y San Macario (los “santos medios”), San Isidro o el Bautista, cuya fiesta se celebra ahora, en junio.
De esta forma, para inaugurar el ciclo de verano, para invocar unas buenas cosechas, se mantienen atávicos rituales relacionados con el fuego o el agua y su simbolismo regenerador que, con la cristianización, fueron relacionados con santos como Juan; un personaje al que aquí se dedicará, ya en el siglo XVIII, el principal templo (erigido, como no, junto a un potente torrente). En nuestros festejos, el día veinticuatro, destacarán, junto a los actos religiosos, otros de inversión ritual, que se han practicado hasta fechas recientes (años sesenta), como era el echarse agua entre los vecinos con cubos y otros recipientes. Unas divertidas y entrañables batallas que nos evocan, como hemos insinuado, antiguos ritos paganos equinocciales y solsticiales. Ceremonias como esas hogueras que han prendido desde tiempos remotos, en nuestro territorio, en noches mágicas como la del veintitrés.
Hasta hace unas décadas, en la procesión que se hacía en honor al Bautista, se llevaban cuatro tortas en andas que se comían en el Ayuntamiento y había una serenata, multitudinaria, en la plaza (la primera del ciclo del verano). Por cierto, también en junio se celebraba, la fiesta de San Antonio de Padua, sufragada y organizada por los vecinos de esa calle, de la misma forma que se hacen aún hoy las de San Miguel o la Virgen del Pilar, con misas, pasacalles y serenata. Antes, la organizaba la Cofradía de San Antonio, que siempre fue muy numerosa, y repartía, entre sus miembros los típicos “rollos” que, hoy, se reparten, en misa, a todos los asistentes.
Un sistema de fiestas y rituales distintivo, pues, que muestra la simbiosis entre el santoral eclesiástico y el mundo rural, y que las gentes han mantenido, a veces a duras penas, frente al acoso de la modernidad y la aceleración del proceso secular de globalización; porque es parte de su memoria, de su identidad, de su Ser; porque contribuyen a la cohesión social, objetivan la unidad del pueblo y lo proyectan hacia el futuro.
JCM.
Centro de Interpretación del Torico (CIT)
Bautismo de Jesús. Obra de Vergara en la Iglesia parroquial de San Juan Bautista.